"Anoche
soñé que volvía a Manderley. Me
encontraba ante la verja, pero no podía entrar porque el camino estaba
cerrado. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí poseída de un poder
sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que se alzaba ante mí. El
camino iba serpenteando, retorcido y tortuoso como siempre. Pero a medida que
avanzaba me di cuenta del cambio que se había operado. La naturaleza había
vuelto a lo que fue suyo, y poco a poco se había posesionado del camino con sus
tenaces dedos. El pobre hilillo que había sido nuestro camino avanzaba, y
finalmente allí estaba Manderley. Manderley, reservado y silencioso. El tiempo
no había podido desfigurar la perfecta simetría de sus muros. La luz de la luna
puede jugar con la imaginación. De pronto, me pareció ver luz en las ventanas,
pero una nube cubrió de repente la luna y se detuvo un instante, como una mano
sombría escondiendo un rostro. La ilusión se fue con ella, y las luces de las
ventanas se extinguieron. Veía un caserón desolado sin que el menor murmullo
del pasado rozara sus imponentes muros. Nunca
podremos volver a Manderley. Esto es seguro. Pero algunas veces, en mis sueños,
vuelvo allí, a los extraños días de mi vida, que para mí empezaron en el sur de
Francia".
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